Extiendo una manta
sobre mi cama y
sobre ella lanzo,
todos los besos que nunca di y
esos que recibí
de alguna boca sin ganas.
Aquellas palabras
que quedaron encalladas
en mi garganta,
por miedo a ser contestadas
con gritos y amenazas.
Los abrazos que fueron sueños y
las rutinas convertidas en abrazos.
Tras cerrar el hatillo
clausuro el camino que guió
a aquel que me habitó con desgana y
arranco mi corazón
para dejarlo en barbecho
a la espera de tiempos venideros
que me aseguren
el retoñar de mi boca,
el renacer de mi deseo y
el reverdecer de mi cuerpo.
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