que sentía que
quise ver de dónde
provenía.
Tomé, suavemente, un cincel,
cuidadosamente
afilado
e inicié un camino
sobre mi piel,
recorriendo
mis brazos,
mis pechos,
mis piernas,
mi rostro ya herido
de muerte por tu marcha.
De las heridas,
no brotaba sangre.
De ellas salía,
a borbotones, tristeza.
Era una tristeza
espesa, de un color
azul cobalto que,
al contacto con el aire,
se convertía en
pequeñas bolsas aisladas,
transparentes e hinchadas.
Al cortar mi cabello,
la tristeza se desbocó,
no había quién la parara.
No sabía a quién acudir.
Entonces decidí
recostarme sobre mi cama.
Notaba como el calor
iba cubriendo
mi cuerpo herido
mi cuerpo herido
y mientras, mi interior,
poco a poco
iba ganando frío.
iba ganando frío.
La liberación de mi tristeza
me dejó perdida.
Cerré los ojos y
me dejé llevar.
Creo que me encontraron,
teñida de azul cobalto y
nadie supo nunca
encontrar una respuesta.
Fotografía Yuri Pritisk
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