Casi nunca desde la felicidad,
casi siempre desde la más profunda tristeza, desilusión o desencanto.
Escribo cuando mi cuerpo tiembla y
mi cabeza se llena de terribles monstruos
que no me dejan respirar.
Escribo ante una decepción de amor.
Llamadme exagerada pero hay frases que duelen
mucho más que una bofetada.
Duele el tono, duele el gesto, duele la mirada,
duelen los silencios, duele la ignorancia,
duelen los desplantes, dueles los exabruptos.
Mi mente es frágil, mucho más que mi cuerpo.
Mis pensamientos se convierten en ovillos de lana
que crece, crecen, crecen sin una manta que tejer.
Hay días en los que la oscuridad me rodea y
¡cómo me gustaría quedarme a habitar en ella!,
no tener que despertar y enfrentarme a mi realidad.
Una realidad que alguno que dice que me quiere
no deja de recordarme a cada instante, sin darse cuenta de
que cada loco lleva a cuestas su particular locura.
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