En ocasiones,
mi pasado
pesa
como una lápida.
Asumo que es mi culpa.
Si no hablase
de él,
no le daría
nueva vida.
Pero no me avergüenzo.
Puede
que no me sienta orgullosa
de algunos momentos vividos
y, es un hecho que,
otros me han hecho daño.
Pero soy yo quien ha elegido
siempre con quién estar,
a quién dejar.
Sin embargo,
lo sé,
soy mujer
y
esa condición,
a ojos de muchos,
es mi losa.
Se supone que debería
haber cerrado
mis puertas,
amputado
mis manos,
agostado
mis labios.
Aunque,
¿por qué
debo omitir
que
mi cuerpo
ha deseado,
ha sentido,
ha reído,
ha sufrido?,
¿por qué
he de olvidar
que
he sido
anhelada,
considerada
fuente de placer,
representada
como oasis de ternura,
revestida
de
placer?.
No
he traicionado,
jamás
he fingido
nunca
he mentido.
Por eso,
me declaro
en rebeldía.
Me niego a sentirme
impúdica,
sucia
o impura.
Jamás renegaré de mi ayer
porque,
aunque a veces me duela,
me ha hecho ser
como soy.
Pero
me lastima saber
que
hay personas
que
no lo admiten,
no lo entienden
y,
lo peor de todo,
se cren en el derecho
de juzgarme
desde
su púlpito
de verdad certera
afirmando
que
las mujeres,
cuando nos quedamos solas,
debemos
dejar nuestro sexo
en un barbecho
permanente,
sin posibilidad alguna
de
nuevas cosechas
que
nos hagan florecer.
Photo by Mat Daddario
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