en un principio,
un árbol
esté triste.
Cree conocer
cuál va a ser
su destino,
no puede
desilusionarse.
Si el jatdinero le ama,
le plantará
en tierra fértil,
donde sabe que enraizará
con fuerza.
Bajo sus cuidados,
apreciará como se asienta,
y endereza.
Es de esperar
que
empiece a crecer
Y
que su finalidad,
dar sombra y fruros,
no le suponga demasiados
problemas.
Pronto
aparecerán sus ramas,
sus hijos,
que crecerán
a partir de su tronco
gracias a la savia
que le recorre.
El átbol
logrará vivir
rodeado de su familia.
Pero,
ni tan siquiera un árbol
conoce la felicidad plena.
Es seguro
que
sobreviva
a aquel hombre
que con amor
le plantó.
Es posible
que parte de sus ramas,
sus hijos,
sean taladas
tal vez por invadir
un terreno
al que no pertenece.
Por eso me gusta
abrazar a los árboles
Porque tienen
una larga historia
gravada
en su tronco.
Porque transmiten
dolor,
desarraigo
y
una sensibilidad
que logra
traspasar mi piel
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