tangible.
Me rodea,
acosándome,
amenazante.
A veces,
se transforma
en una bola
consitente,
redonda
que queda atravesada
en mi garganta
impidiéndome tragar
y, eso,
me angustia
y, a la vez,
me enoja
porque
quiero vencer
a mi pena,
esa que,
otras veces,
toma como hogar
mi estómago
y consigue
que no coma
porque es más fuerte
y
más lista.
Conoce el atajo
para asentarse
en mi mente,
nublándome la vista,
inyectándome un sueño
del que no quiero salir
porque tengo miedo,
porque me siento débil.
Y sale a borbotones
por mis ojos
y
deja seca mi garganta
y ya no tengo esperanza.
Hasta que,
no sé cómo lo hago,
logro desmenuzarla
con mis propias manos
y
regresa mi sonrisa.
Aunque,
en el fondo sé,
que nunca logro destruirla,
que queda agazapada,
esperando el momento
de saltar,
infringiéndome,
de nuevo,
uno de sus letales zarpazos.
Creo que
mi pena y yo
estamos condenadas
a convivir
eternamente.
Photo by Noell S. Oszwald
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