mis montruos castradores,
los que atan mis manos,
amputan mis pies
y
agostan mi sexo
Están al acecho
escondidos,
en silencio,
esperando hallar
una sonrisa,
una emoción,
un placer.
Siempre me descubren.
Recriminan
mis acciones.
Para ellos,
debo ser la mujer dócil,
la que calla
y espera.
No perdonan
que
salga del sendero
por ellos marcado,
aunque esté plagado
de espinos
que hieran mi piel.
Me dicen
que
el dolor dignifica
y
purifica.
Pero
yo no quiero
más heridas en mi piel.
Ansío
la libertad de la mente,
la exención del cuerpo,
la osadía de la creatividad,
el albedrío del beso.
Fotografía Julie Poncet
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