Depende.
¿De qué depende?
Depende de que no me hagas daño y no me me engañes.
De que me beses con la intensidad del que sería tu último beso,
que me abraces con calor, me acaricies con dulzura y me habites
como si fuera la última cosa que fueses hacer en esta vida.
Depende de que nuestros cuerpos, desnudos, encajen, se acoplen,
sin la existencia de entrantes y salientes.
De que tus ojos me miren sonriendo, que tu boca y mi boca, intercambien
juguetonas sus lenguas, que tus manos reconozcan el sendero que
partiendo de mi cuello desciende, suavemente, hasta mi sexo.
Depende de que no hagas promesas que vas a incumplir, que no
alimentes mi ilusión con sueños irrealizables, que no me mientas,
que seas sincero.
Y sobre todo, depende, de que yo sea la única mujer de tu vida.
¿Vas a querer quererme como yo quiero que me quieras?.
Depende, me resulta muy exigente.
Entonces, solo queda una cosa por decir: adiós para siempre.
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