Apoyada,
una niña.
Sobre ella,
el sol.
Tan pequeña
y
qué larga su sombra
gris,
triste,
taciturna.
Como ella,
como la niña,
con manos de anciana,
cansadas de esperar
una caricia,
la caricia de un palo
que abraza
sin brazos.
Con ojos de muerta,
inhertes de tanto mirar
una mueca en su boca
sin vida,
la suya,
estática en el tiempo.
Gimiendo
lágrimas secas
que ya son
tan sólo
escamas de sal
sobre su espalda.
Ya ni tan siquiera piensa
si existe algo
más allá
de la pared blanca,
su horizonte,
su tumba.
Fotografía "La niña de la muñeca de palo", Alberto Korda, La Habana (Cuba), 1959.
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