Avanza con sus pequeños brazos
estirados y
a tientas,
va salvando, a duras penas
los obstáculos que encuentra.
Tiene miedo pero
no puede gritar.
El pánico se ha adueñado
de su garganta.
Sus pies
descalzos
heridos por las piedras del camino
van dejando una estela
de sangre
en forma de pequeñas gotas
que quien la persigue
olfatea.
Pronto escucha su jadeo,
para
seguidamente
sentir el olor hediondo de su aliento.
La niña ya no tiene escapatoria.
La vida la alcanza y quiere devorarla.
Ambas han llegado al borde
de un abismo.
Se miran fijamente y
la niña salta.
Fotografía Sebastiao Salgado
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