sino haber deseado con locura a un fantasma imaginario.
Y aún es peor, si ese al quieres no es fantasma,
sino una persona real, alguien que dice quererte, pero que jamás te ha besado.
Recuerdo el día que le conocí. Recuerdo su pelo.
su boca, su cuello, su torso, su mirada.
Recuerdo su franca sonrisa y su manera de andar.
Recuerdo su grave voz y recuerdo su sonrisa pero
lo que siempre recordaré fue el día que me dijo:"te quiero".
Yo era joven, muy joven, demasiado joven.
Anhelaba con pasión desaparecer entre sus brazos,
que acercase sin pudor mi cuerpo contra su cuerpo,
que inclinase mi cabeza hacia atrás para besar mi cuello,
que enredase mi cabello con sus dedos y susurrase a mi oído:"te deseo".
Paseamos mucho, siempre juntos, nunca cogidos de la mano.
Él hablaba, relataba, filosofaba y yo, absorta, escuchaba.
Me aconsejaba lecturas, me escribía poemas e, incluso,
me enviaba pequeñas cartas de amor, escritas al revés,
que yo debía siempre leer reflejadas en un espejo.
Pasaron los años y el amor no desapareció.
Tampoco huyó el deseo como yo hubiese querido.
Aunque su figura se fue desdibujando de mi memoria,
siempre recordaré una flor que me regaló, a la salida del colegio donde me esperaba,
flor que aún conservo, ya seca por los años,
entre las páginas del libro "Ars Amandi" de Ovidio que él me recomendó.
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