Nació en mi estómago y
ahora habita en mi mente.
Cuando era joven,
la melancolía anidó en mi boca y
la desgana se mudó a mi casa.
El cansancio, ese compañero
a quien nunca pedí su amistad y que
se ha convertido en un invitado siempre presente.
Mi boca nunca ha besado.
Le han faltado fuerzas para recibir los besos
de esos a quien ha deseado.
Mis manos jamás acariciaron.
Mis dedos, torpes, nunca reconocieron la piel
de aquellos que anhelaron.
Mis pechos, pequeños y tersos,
permanecen fríos como la escarcha y
nunca fueron cobijo para una cabeza ansiada
Mi vientre, nunca estuvo preparado
para engendrar los hijos
de aquel al que yo amaba.
Por ello soy una mujer melancólicamente cansada.
Apagada y triste mi alma que no permitió a mi corazón
arriesgarse por nadie, ni por nada.
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