de
mi ropa.
Con cuidado,
la doblo
y
la dispongo
a
los pies de una cama
que
acogió un cuerpo
que,
aunque mío, era también
de otra.
La que miraba
sin mirar
por miedo
a la mirada.
Esa que indecisa
obedecía
sin rechistar
las órdenes,
las normas,
los preceptos.
Aquella que encontraba
refugio
abrazando sus piernas,
rodeándolas con sus brazos,
introduciendo su cabeza entre los hombros,
acurrucada como un gato
sin techo.
Ahora,
me miro en el espejo
y
veo reflejado un cuerpo
que,
aunque mío, desconozco
en qué momento
lo deshabité.
Me reencuentro.
Observo con asombro
que
mis manos ya no tiemblan
y
mis pies no tienen frío.
De mi boca
nacen frondosas palabras,
valientes, hermosas.
La humedad habita de nuevo mi sexo,
abriendo
las puertas de mi cuerpo al deseo.
Y en mi espalda,
dos pequeñas protuberancias
redondas,
suaves,
perfectas
origen de nuevo
de las alas
que
un día me arrebataron,
cortándolas a dentelladas,
y
que ahora
por lo más santo he jurado preservar,
alejándome
de cualquier alimaña
que aspire a devorarme.
Photo by Amy Jud
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