las barreras,
las murallas
los fosos.
Detesto
los muros de silencio,
un silencio impuesto,
de esos que duelen,
porque
yo deseo expresar
qué
es lo que siento
y,
sobre todo,
porque
necesito escuchar
hermosas palabras
de amor,
venidas del otro lado,
de aquel que levantó el muro.
Una muralla
siempre separa.
El que vive
tras ella
puede
dar por supuesto
que no existe nada más allá
o,
que de haber algo,
ha de ser peligroso,
nocivo,
dañino.
Pero, lo peor de todo,
es
no intentar descubrir
que se oculta detrás.
Largos periodos de mi vida
resido rodeada
de elevados rosales de espinos,
plantadas por el mismo
que implantó el silencio
como defensa.
Puedo ser vista
incluso ser escuchada
pero
nadie osa acercarse
por temor a pincharse.
Y
me siento sola,
rodeada de maravillosas flores
que, irremediablemente,
van marcando el paso del tiempo.
Solamente en un ocasión
me armé de valor
y
con un palo
me abrí paso entre las afiladas espinas.
Estaba desnuda,
hambrienta
de amor,
de calor,
de palabras.
Pero nadie se aproximó.
Pero nadie se aproximó.
Daban por supuesto
que
yo hacía daño
porque
¿qué razón habría de haber
para tenerme encerrada en un tupido rosal?.
Alguien gritó:
"Esa mujer está loca.
Me lo dijo el hombre
que
la encarceló entre las rosas.
Esa mujer
ama,
besa,
se entrega,
necesita sentirse querida.
Esa mujer es débil,
Por eso debe permanecer encarcelada"
Esa mujer es débil,
Por eso debe permanecer encarcelada"
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