que haya cumplido aún
60 años.
Su larga
y
descuidada barba blanca,
su pelo cano,
la ropa
que
le cubre,
oscura y sucia,
le envejecen.
Asumo
que no suelo
dar limosna.
Ya la palabra en sí
es fea,
no me gusta
pronunciarla, ni escribirla.
Pero un día le vi,
sentado
sobre unos cartones,
junto a una sucursal bancaria.
Y me fijé en sus ojos.
Me deslumbró su mirada,
viva, hermosa, inteligente.
Había algo en ella
que
irremediablemente
hizo que me acercase
hasta él.
Ya a su lado,supe
que
debió de ser un hombre
con un trabajo digno,
quizá
con una familia
a la que mantenía
mes a mes.
Me contó
que
era andaluz.
Es lo único que sé de él.
Aún soy incapaz de leer
lo que ha escrito
en un papel que apoya
sobre su gorra, en el suelo,
a su lado.
No puedo,
siento que invado su intimidad.
Pero, siempre que lo encuentro,
me acerco
y
deposito en su mano
una moneda de dos euros.
El otro día, le pillé desprevenido.
Se giró
y
conocí su sonrisa.
"Muchas gracias, señorita", me dijo.
Si viviese sola,
ese hombre tendría
una habitación con una cama
en la que dormir,
un plato de comida asegurado,
porque
donde comen tres,
comen cuatro
y, sobre todo,
compañía.
Pero carezco de libertad
Pero carezco de libertad
para liberar de la pobreza
a un hombre digno
que siempre me responde
con una sonrisa
andaluza.
Photo by Lee Jeffries
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