Hace ya demasiado
tiempo
que convive con su cuerpo,
tanto
que reconoce como propio,
su aliento,
su sudor
y
esa somnolencia constante
que le provoca
la memoria de tanto bebido,
tanto vivido,
tanto tropiezo.
Hubo un pasado
de gloria,
de halagos y sonrisas,
de abrazos y dinero,
de versos y mujeres.
Pero,
no supo alejarse del abismo,
le resultaba demasiado
atractivo.
Los cantos de sirena
le atraparon,
le rodearon y maniataron
y él se dejó llevar.
Ya no ríe, no abraza
ni escribe aquellos poemas
que le hubieran salvado de la locura.
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