tras tu paso,
se ha vuelto arena.
He visto como
mis manos se deshacían,
como mi corazón y mi pecho,
desaparecían
al abrir la ventana
de nuestros desencuentros.
Te rogué que no gritaras,
te expliqué que tu voz,
inexplicablemente,
se convertía en aire y
ese aire
aceleraba
la desaparición de mi cuerpo.
No te importó.
Mirabas como iba
disminuyendo de tamaño,
disfrutando.
Ahora,
lo que queda de mí,
eso que no se introdujo
por las rendijas de tu casa,
aquello que no salió
despedido tras un portazo,
esta guardado aquí,
en este pequeño reloj de arena.
Ni tan siquiera ahora
me permites descansar.
Esa maldita manía tuya de girarme
cada tres minutos.
Fotografía Ludivic Florent
No hay comentarios:
Publicar un comentario