se habitan mutuamente
se produce un hecho paradójico y singular
pero inequívocamente maravilloso.
Sus dos cuerpos, independientes,
se hacen uno o se multiplican
en una sucesión ascendente
de sensaciones que solo en ellos habitan.
Sus dos bocas se unen en una sola,
con dos lenguas que traviesas juguetean.
Pero, cuando menos se lo esperan,
sus bocas se separan y reparten besos sin orden, ni concierto.
Sus brazos, ahora cuatro,
abrazan rincones insospechados y
sus también cuatro manos,
acarician, cada una a su ritmo, su palmo de piel asignado.
Sus susurros se orquestan
en un único gemido y
sus palabras, dichas por separado,
pasan a formar parte de un coro de amor.
Aquello que diferencia al hombre de la mujer,
eso que les permite habitarse mutuamente,
encajan perfectamente,
como un puzzle hecho de encargo.
Cuando esto sucede crecen sin límite las emociones.
Realmente, en ese momento, existe un solo cuerpo
que no atiende a fragmentaciones, ni divisiones,
un cuerpo que, en ese momento, desearía permanecer así para siempre, inseparable.
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