su madre y su padre, ya ancianos.
Su marido ya no, a él le han matado.
Ya no recuerda cuándo empezó todo.
Por no recordar ya ni se acuerda
del camino que siguieron hasta llegar a esta tienda.
Si tiene fuerzas para levantar la mirada
solamente ve un mar de lonas sin salida y
un muro de espinos que lo rodea.
No hay comida, ni apenas agua.
Pero sí hay hambre y sed,
miedo y desperanza.
Si cierra los ojos con fuerza
puede ver a su marido amado y
la casa en la que ambos vivían construída mano a mano.
Si aplasta su cara contra el camastro
es capaz de revivir el nacimiento de sus tres hijos,
todos buscados y deseados.
Pero, por mucho que lo intente,
no puede entender el odio que despiertan
sus tres hijos y su madre y su padre, ya ancianos.
Sin embargo, desearía olvidar la noche en la que,
un grupo de hombres, conocidos, vecinos hasta entonces,
la lanzaron contra el suelo y, uno a uno, la forzó hasta bien entrada el alba.
Y quisiera borrar de su mente la muerte de su marido.
La obligaron a estar presente aquellos que,
hasta hace poco, le estrechaban la mano como amigos, como hermanos.
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