Abrazados, piel con piel, sin apenas un resquicio para que pase el aire.
El olor de tu cuello me excita,
tu respiración, mientras duermes, me conmueve.
Tus brazos y tus piernas me envuelven.
El calor de tu cuerpo me sofoca.
Inicio, mientras aún duermes, un manantial de caricias.
Deslizo suavemente mi mano por tu espalda.
Noto como se eriza tu vello y, sin saberlo,
te vuelves, situándonos frente a frente.
Sin abrir los ojos, inicias el ritual de los besos,
cuyo ritmo se acrecienta conforme aumenta el deseo.
Nos abrazamos con fuerza, con los brazos, con las piernas y
empezamos un baile acompasado, siguiendo el ritmo que marca nuestra sangre.
El vaivén de nuestros cuerpos, unidos en uno solo,
marca una coreografía precisa, sin altibajos, con un ritmo constante.
Me apasiona que bailes dentro de mí,
acercándome con premura a tu boca.
Ahora somos dos en uno,
una pareja difuminada en un único bailarín.
Nuestro ritmo se acrecienta, nuestro respirar se acelera
cuando, sin esperarlo, eclosionamos en un gemido de placer.
Me preguntas, "¿qué tal?".
"Bien, muy bien", te respondo.
Eso es lo único importante,
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