No he oído la puerta de la calle,
ni los pasos de tu tranquilo caminar.
Tu butaca, ahora desnuda,
conserva la huella de tu peso
y el olor de tu presencia.
En la cocina, tu taza
desvestida de café y azúcar, espera dulcemente
que la lleves nuevamente a tu boca.
Sobre tu mesa de trabajo,
revueltos, papeles a medio escribir,
libros aún vírgenes, cerrados, sin abrir.
En nuestra cama y almohada
permanecen los sonidos de tu risa,
los acordes de tu mirada.
Mis pechos y mis labios
mis piernas y mis brazos
anhelan tu deseo, tus gemidos y tus abrazos.
Mi cuerpo desnudo
suplica que no le abandones,
que, por favor, no le dejes vacío y solo.
Una nota en la ventana
escrita sin pensar, a toda prisa, dice:
"ya no te quiero a mi lado, sumisa y silenciosa".
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