apoyada en un farol de la carretera,
que el hombre que la hizo suya,
regrese para quedarse.
Su pintura desconchada,
le recuerda viejos tiempos en los que,
era hermosa y brillante,
con una linea tan bella como exultante.
Su manillar torcido,
producto de una caida, cuando ya no pudo más
con el peso del hombre que amaba y que siempre
viajaba sobre ella con su enorme saco de cartero.
Junto a él recorrió kilómetros
repartiendo cartas, postales, paquetes y telegramas,
misivas de gente desconocida
de amor, tristeza y melancolía.
Un día la abandonó, en un recodo del camino,
sin protegerla del frío y de las amenazas
de aquellos niños que pasaban y que,
sin saber robaban, piezas de metal con corazón y alma.
Le prometió que volvería a buscarla, que
su vida sin ella no tenía sentido.
Pronto perdió la esperanza cuando le vió caminando
junto a una joven bicicleta, no como ella, ya oxidada y desvencijada.
Se dejó llevar por la tristeza y la desgana.
Sabía que la dura realidad del amor había llegado,
que nadie quiere, a su lado, algo ya viejo y desconchado.
Además, había perdido la correa que la unía al hombre a quien había dado su vida.
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