Un sol de Noviembre a destiempo, como un invitado
indeseado, entra a borbotones rompiendo,
la penumbra de mi dormitorio, siendo
motivo suficiente para no desear levantarme.
Lo intento, pero no puedo. Mis piernas flaquean.
No me gustan los veranos otoñales,
ni las primaveras invernales.
Si pudiese, serían de obligatorio cumplimiento
las normas que marca el tiempo. De ellas no tengo escapatoria
así que, ¡para qué rebelarme contra la caída de las hojas!.
Sin embargo, aborrezco las reglas establecidas.
Desprecio los domingos obligatorios,
esos de misa y paseo, seguidos
de comidas familiares, vestidos todos como
si fuesen a ser enterrados ese día.
Detesto las sonrisas obligadas,
las lágrimas derramadas sin ganas,
las palabras mentirosas de agradecimiento,
las manos estrechadas sin fuerza,
las palmadas, en el hombro, de consuelo.
Tampoco quiero besos de bocas vacías,
abrazos a los que les falten los brazos,
gemidos vacíos de placer,
palabras de amor manidas, ni
las ofrendas vacías de un amante.
La vida es un camino tortuoso, para algunos,
de forzoso cumplimiento.
Para continuar mi sendero debo desprenderme
de normas sin sentido, de mentiras convincentes,
de besos insinceros y de amores desnudos de promesas.
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