de
la cama.
Me parapeto
tras
el escudo de siempre,
me escondo
detrás
de una careta
de mala
y
camino
recta,
erguida,
paso a paso,
retumbando
mis tacones
sobre el suelo,
sin fijar la vista
en ningún punto,
alzando la mirada
sobre
las sombras
que
me acechan.
Mi cabeza, como siempre,
habitada
por una multitud
innumerable
de monstruos
que
pugnan entre ellos
para hacerse los fuertes.
Es entonces,
cuando
invariablemente
apareces frente a mí
y
tan solo, con tu sonrisa,
tus caricias,
y ese tono indescriptible
que
posee tu voz,
me desvistes,
me desnudas,
me derrotas,
me desarmas
y yo, lánguida,
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