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"Me doy a mi misma buenos consejos pero rara vez los sigo"...
Lewis Carrol "Alice in Wonderland"

martes, 29 de noviembre de 2016

"RAQUEL Y CARLOS, AMOR IMPOSIBLE" (M.A.M.)

Me llamo Raquel, tengo veintidós años y soy estudiante de cuarto de Medicina.
Desde hace tres cursos ejerzo la prostitución para costearme los estudios. Es la primera vez que hablo de ello porque pienso que si no verbalizo lo que hago, consigo que parezca un sueño, un mal sueño pero necesario.

Siempre estudié gracias a Becas pero los recortes motivados por la crisis me han obligado a buscar otras alternativas. Tras diversos trabajos en los que cobraba una miseria a cambio de horas y horas que no podía permitirme, una compañera me habló de la posibilidad de la prostitución. En un principio, deseché la idea pero tras el quinto anciano al que estuve cuidando por las noches por un sueldo irrisorio me decidí.

Pensé que si iba a trabajar usando mi cuerpo como herramienta de trabajo, sería yo quien impusiese las condiciones laborables. Publiqué un anuncio en un periódico en el que se podía leer: “ Chica joven, nada exuberante pero dulce y juguetona, ofrece sus servicios a caballeros dispuestos a pagar, por adelantado, 150 euros por una hora. La cita tendrá lugar en un hotel que, como mínimo, tenga cuatro estrellas; puede elegir el cliente pero nunca fuera de la ciudad. Uso obligatorio de preservativo. No beso en la boca. Solamente contacto a través de llamada; no contesto “sms” ni “WhatsApp” ”. Os preguntaréis por qué solamente acepto llamadas: necesito escuchar la voz de mi presunto cliente; siempre he dicho que la voz esconde matices y muestra rasgos imposibles de captar a través de un frío mensaje. No es necesario decir que utilizo un nombre falso; me hago llamar Dafne, pero no me preguntéis por qué, fue el primero en el que pensé.

Creí que no llamaría nadie, pero el anuncio tuvo un éxito rotundo. Ahora, “trabajo”, más o menos, diez horas al mes por lo que cobro unos 1.500 euros. Podría dedicarle más horas, pero no quiero que nada me distraiga de mi verdadera meta: conseguir una especialización en neurocirugía. Asumo que ha habido meses en los que he tenido que “salir a ofrecer mis servicios” en más ocasiones, pero procuro que no sea una constante. Soy obsesiva y quiero tener mi mente clara para poder estudiar.

Ayer, a las once de la mañana, recibí una llamada.

 -Hola, ¿eres Dafne?.

La voz que escuché era grave, profunda, muy masculina…lo cierto es que me gustó.

-Si, soy yo. ¿Qué desea?.

-Me gustaría contratar tus servicios. Voy a estar en la ciudad un par de noches y no me apetece estar solo.

-Supongo que si has leído el anuncio, conoces cuáles son las condiciones, ¿no?.
-Si, si, por supuesto. Precisamente han sido las condiciones las que me han llevado a llamarte. ¿A qué hora te vendría bien?.

-A las once de la noche. ¿Has escogido ya el hotel?.

-Si, es el Hotel Palace; espero que sea de tu agrado.

-Me parece perfecto. Dime tu nombre para preguntar por ti en recepción.

-Prefiero no dar nombres. Pregunta por la habitación 315
.
-De acuerdo, hasta esta noche.

-Hasta luego.

El hecho de ocultar su nombre me generó un poco de desconfianza pero el lugar en el que nos íbamos a encontrar era seguro.

Como siempre que tenía contratado algún servicio, me vestí con mi “ropa de trabajo”. Siempre impecable, jamás llamativa. Un vestido negro, entallado, justo por encima de las rodillas, acompañado por unos zapatos estilo salón, con un tacón de vértigo, impecables. Ayer había estado lloviendo durante todo el día, así que opté por un elegante y atemporal “trench”. Mi pelo, largo y castaño, recogido en un moño “italiano”. El maquillaje justo para resaltar mis ojos, verdes y mis labios, carnosos. Al elegir la lencería sigo las mismas premisas que con la ropa, aunque me reservo un poco de “coquetería moderada”. Siempre es de color negro y la única concesión que hago se traduce en unos ligueros que sujetan a la perfección mis medias, también negras. ¿Joyas?. Nunca, salvo unos pendientes y un reloj; lo demás solamente son obstáculos a la hora de trabajar, porque no olvidemos que lo que yo hago es un trabajo y como tal me lo tomo.

Puntual llegué a la cita. Cuando llegué a la habitación, la puerta estaba entornada. Aún así, llamé suavemente. La misma voz grave del teléfono me dijo:

-Entra, te estaba esperando. Por favor, no enciendas la luz.

La habitación era una “suite” presidida por unos grandes ventanales que daban a una gran avenida. Él, estaba de espaldas a la puerta, mirando a la calle. Pude apreciar, aún
estando a contraluz, que se trataba de un hombre de unos cincuenta años, alto y corpulento. La camisa le cubría lo que parecía una espalda ancha y fuerte. Su cabeza era magistral, ese tipo de cabezas que yo llamo “clásicas”…sí, una cabeza capaz de ser el modelo para la realización de un busto en la época griega o romana; el pelo cano, un poco largo a la altura del cuello. El conjunto me resultó atractivo y si hay algo realmente cierto en este trabajo es que, si el cliente resulta “sugerente” todo se hace más llevadero. Su mano izquierda la llevaba metida en un bolsillo del pantalón mientras el brazo derecho le servía de apoyo sobre el cristal.

-¿Desea que empecemos ya?.

-Dame un tiempo. El dinero lo tienes dentro del sobre que está sobre la mesa.
-Gracias.

-No tienes por qué darme las gracias; es tu trabajo y por ello te pago. Si no existiesen mujeres como tú yo jamás podría tener sexo.

Aquella afirmación me asustó.

-¿Puedo preguntarle por qué?.

-No te preocupes, en seguida sabrás la razón.

Fue entonces cuando se giró y por primera vez nuestras miradas se encontraron en la penumbra de la habitación.

-¿No eres demasiado joven?.

-No, realmente no; además, necesito el dinero. Pero, por supuesto, puedo asegurarle que soy mayor de edad. No entra en mis planes engañar a un cliente y meterle en un “lío legal”. Tengo veintidós años
.
-Realmente eres muy joven. Al menos para mí, desde mis cincuenta y ocho años.

-No aparenta esa edad ni mucho menos.

-Créeme, sí la aparento.

-¿Desea que haga algo especial?.

-Sin encender la luz, desnúdate lentamente.

Empecé a desvestirme. Colgué mi “trench” en el  respaldo de una silla.

-Perdón, ¿podría ayudarme a bajar la cremallera del vestido, por favor?.

-Si, por supuesto.

Lo que en otras ocasiones había utilizado como medio de acercamiento al cliente, esta vez fue diferente. No sabía que me ocurría, pero realmente me estaba resultando excitante. Suavemente hizo descender la cremallera, tras lo cual, me quité el vestido que coloqué sobre la misma silla en la que había dejado el “trench”. Estaba en ropa interior, pero aún llevaba los zapatos y el cabello recogido.

-Realmente eres muy bella. Es cierto que, como dices en tu anuncio, no eres exuberante, pero no cambiaría por nada en el mundo lo que mis ojos contemplan ahora mismo. ¿Puedes soltarte el pelo?”

Me quité la horquilla que sujetaba mi moño y mi melena cayó sobre los hombros. Seguía de pie en medio de la habitación. Fue entonces cuando él se quitó la camisa.

-¿No te doy asco?.

Su torso estaba plagado de cicatrices zigzagueantes, como si del plano de una carretera se tratase. Algunas eran gruesas y profundas, otras sobresalían como pequeños relieves. Y fue entonces cuando vi que su brazo izquierdo no terminaba en una mano. Había sufrido una amputación a la altura de la muñeca. Sus brazos también estaban dibujados con las mismas cicatrices de su torso, aunque más difuminadas. Ante la pregunta que me ha había formulado contesté sinceramente.

-En absoluto. Si visión no me produce ninguna sensación de asco o desagrado. ¿Puedo preguntarle qué le ha ocurrido?.

-Era joven, era rico y era estúpido.

-¿Y?.

- Cuando cumplí dieciocho años, mi padre me regaló un Ferrari con ocasión de mi mayoría de edad. Esa noche salí a cenar con la que entonces era mi novia, Aurora. Bailamos, bebimos y, en cuestión de segundos, estábamos dando vueltas de campana en el interior del coche que, tras parar en seco, comenzó a incendiarse. Ella murió en el acto; yo permanecí atrapado en aquel infierno el tiempo suficiente para salir marcado durante el resto de mi vida. Jamás me perdoné la muerte de Aurora. Mis cicatrices, mi muñón me lo recuerdan día a día. Permanecí en coma varias semanas. Nadie pensaba que pudiese llegar a despertar. Pero lo hice y logré caminar después, aunque jamás pude volver a tener una erección pues, al igual que perdí mi mano, parte de mi pene quedó para siempre inservible. Desde entonces,nunca he estado con una mujer que no fuese una prostituta. Doy demasiado asco como para pretender despertar otro sentimiento en una mujer que no sea la necesidad de salir corriendo.

-¿Puedo acariciarle”.

-¿Es lo que realmente deseas?. Recuerda que el dinero ya lo tienes en tu bolso y jamás he obligado a ninguna mujer, aún cobrando por sus servicios, a hacer algo que no quiera realmente hacer.

-Si, es lo que deseo.

A oscuras, fue recorriendo suavemente una y cada una de las cicatrices de su cuerpo…con mis dedos, con mi lengua. Su piel era extraordinariamente suave y desprendía un olor limpio, sensual.

-¿Quiere algo especial?. Ya sabe que, salvo besos en la boca, estoy dispuesta a hacer lo que usted guste.

-No, déjate llevar por tu instinto. Como comprenderás no puedo pretender resultar atractivo así que no pido mucho más.

Y fue lo que hice, guiarme por mi instinto. Aquel cuerpo, herido aún en su corazón, despertó en mí algo que nunca me había ocurrido con ningún cliente: despertó deseo, ternura…pasión.

Mis caricias me excitaban y, lo más extraño era que ¡no podía ni quería parar!. Lentamente recorrí su cuerpo con mis dedos, con mi pelo…mis pezones, erectos, acariciaban su maltrecho torso desnudo. Fue entonces cuando tomé su muñón entre mis manos y muy suavemente lo introduje en mi vagina. Como por arte de magia, lo que yo sentía en mi interior era un pene erecto dispuesto a conseguir y ofrecer placer. Rítmicamente empecé a moverme, primero suavemente para culminar en un maravilloso e increíble orgasmo…¡realmente era la primera vez que había logrado alcanzar el clímax con un cliente!.
Un escueto “basta” hizo que volviese a la realidad.

-¿Le ocurre algo?, ¿acaso le desagrada lo que he hecho?.

-Ni tan siquiera sabes mi nombre. No me has preguntado cómo me llamo.

-Bueno, usted es el cliente y usted es el que manda, al menos durante la hora que dura mi trabajo
.
-Me llamo Carlos y, si, me ha encantado ver como has obtenido placer con mi cuerpo. Pero yo no puedo alcanzar un orgasmo. Siempre llevo a Aurora en mi corazón, en mi mente. Realmente, si contrato el servicio de prostitutas es para que la noche en una ciudad desconocida me resulte más llevadera y con la vana ilusión que, alguna vez, llegue alguien especial que me vea no como el monstruo que soy sino como el hombre que se esconde tras él.

-Carlos, yo podría ser esa mujer. Nunca había sentido lo que he sentido esta noche. Pero esto para mí es un trabajo por el que cobro. Aunque lo desease profundamente, jamás llegaría a enamorarme como yo quiero que suceda. Simplemente, lo hago porque necesito costearme mis estudios.

-No te preocupes, te entiendo. Has sido sumamente generosa y sincera conmigo y te lo agradezco”
.
Esa noche, antes de cerrar la puerta, me acerqué a aquel hombre y dulcemente le besé en los labios mientras musitaba un “hasta siempre, Carlos”.

Photo by Bernard Handick .






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