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Lewis Carrol "Alice in Wonderland"

martes, 8 de marzo de 2016

"OJALA NO TUVIÉSEMOS QUE CELEBRAR EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER" (M.A.M.)

Hoy, 8 de Marzo, se celebra el Día Internacional de la Mujer.
Ya es triste que exista una fecha en el calendario que recuerde a los poderes establecidos los derechos de la mujer y que, por el contrario, no exista un Día Internacional del Hombre. Pero es aún más triste, lamentable, patético y abominable que, en pleno siglo XXI sigamos reivindicando derechos por los que ya clamaban nuestras antecesoras en los siglos XIX y XX.

La naturaleza nos confiere una capacidad sin la cual, sencillamente, la humanidad desaparecería: concebir hijos. Quizá existan por ahí hombres que no sepan que en ese proceso ellos están implicados, mínimamente en un principio, pero implicados al fin y al cabo. 

Creo que el único periodo histórico en el que la mujer era valorada socialmente de la misma manera que al hombre fue durante la Prehistoria cuando se estableció una clara división del trabajo por sexos. Esta separación no implicaba que un grupo realice tareas menos importantes que el otro, sino que era una estrategia social para obtener más éxito en la explotación de los recursos. Algunas teorías apuntan a que en este reparto fue fundamental la vinculación de las mujeres con las crías humanas, que requieren una atención constante al menos durante los primeros años de vida. Es por ello que, en sociedades como las prehistóricas, la alimentación de los individuos infantiles mediante la lactancia era un recurso fundamental y esto pudo vincularlas a las actividades de mantenimiento y al espacio domestico pero sin que eso significara necesariamente desigualdad o subordinación. El menosprecio hacia estos trabajos es una construcción posterior de la sociedad patriarcal en la que vivimos.

Durante la Antigüedad Clásica las mujeres, estuvieron sujetas al control casi absoluto de sus pater familias, cualquiera fuera su estatus, y nunca tuvieron acceso a la totalidad de los derechos otorgados a sus conciudadanos varones. Sometidas a sus padres o maridos aquellas mujeres carecían de derechos políticos. Siguiendo la moral romana la esposa no era más que un utensilio al servicio del  jefe de la familia al que le daba  hijos y se encargada de acaudalar el patrimonio. Durante la República Romana y entre las clases altas fue práctica común utilizar los matrimonios para consolidar relaciones políticas. A estas mujeres aristócratas se las conocía como matronas y aunque no tenían las obligaciones de amas de casa exiguidas a sus esclavos, se les suponía ejemplo de decencia, comedida, castidad, y madre ejemplar. Al menos es el prototipo de mujer aristócrata que nos presentan las fuentes históricas, evidentemente escritas por  historiadores varones como Tácito, Suetonio, Plinio el Joven o poetas como Marcial o Juvenal . El legado de sus crónicas  nos dibuja a una mujer que pintaba poco en la sociedad romana en la que el rol masculino era el dominante.

Si damos un salto a la Edad Media, marcada por las guerras, la peste, el hambre, también el poder feudal y de la Iglesia, viene a nuestro imaginario, si hablamos del papel de la mujer, el derecho de pernada, el cinturón de castidad, la persecución de brujas, etcétera. En este periodo histórico, la mujer  era propiedad de marido, el cual podía matar a su esposa adultera sin ser perseguido por la justicia. La mujer evidentemente no elegía a su marido, eso era tarea del padre o del cabeza de familia; era  pura mercancía al antojo del hombre, y evidentemente, su papel en la sociedad era nulo.

Por otra parte, la mujer era siempre considerada una menor de edad (una situación que no varió hasta principios, e incluso mediados, del siglo XX), y peor fortuna corrían aquellas que pertenecían a estratos más bajos de la sociedad o eran viudas (quienes desgraciadamente volvían en muchas ocasiones a estar tuteladas por algunos varones de la familia, como los hijos). 


En la Edad Moderna, todos los grandes estados siguen un modelo patriarcal que restringe a la mujer a un papel subordinado, aunque existen excepciones de mujeres con un pequeño papel intelectual, sobre todo en el siglo XVII. Existían algunas damas cultas que sabían leer y escribir, y que asistían a academias literarias y a salones nobiliarios, siempre ante la mirada satírica de algunos autores masculinos. Diversos teólogos, además, habían construido una imagen diabólica de la mujer por su papel bíblico: la pérdida del Paraíso. Destacamos las palabras de Santo Tomás de Aquino: "No se ha de desconfiar menos de las que son menos virtuosas, porque cuanto mayor es la virtud, tanto mayor es la inclinación, y bajo en encanto de su palabra se esconde el virus de la mayor lascivia". Los moralistas reconocían a la mujer como ser poco fiable, astuta e incluso malvada.
Los padres siguen decidiendo el casamiento de las jóvenes tras largas negociaciones sobre la dote. En la nobleza y la aristocracia, el matrimonio era además un instrumento de la diplomacia para sellar alianzas políticas, resolver conflictos y asegurar la paz.
Tanto en las clases altas como en las bajas, la mujer destacaba por su papel de madre. La maternidad era su profesión e identidad. Las mujeres ricas tenían más hijos que las pobres para asegurar la descendencia y también porque tenían capacidad para mantenerlos. 
En las familias pobres, las mujeres realizaban cualquier tipo de tarea: limpiar, preparar la comida, cuidar de los niños o los animales (si los había), curar, tejer, etc. Desgraciadamente, a lo largo de los siglos XVI y XVII, la mujer fue excluida de ciertas profesiones por los gremios. Se consideraba el trabajo femenino deshonesto e infamante. Las mujeres campesinas y de clases bajas siguieron trabajando, no obstante; y compaginaban las tareas agrícolas con las de la casa o con la artesanía rural, la carda o el hilado de la lana, etc. También podían dedicarse al pequeño comercio de alimentos, o al servicio doméstico (sirvientas, nodrizas, comadronas, etc.).

La Revolución Francesa con la Declaración de derechos del hombre y el ciudadano, marcó un punto de inflexión, copiado por la Constitución de Estados Unidos. La llegada de la Revolución Industrial supuso para la mujer de las clases más bajas un verdadero drama de dimensiones, creo yo, poco reconocidas. Sí, se incorporaron a trabajos que también realizaban los hombres, sobre todo en las minas, pero en unas condiciones que bien podrían asimilarse con el esclavismo. Jornadas laborales interminales por unos salarios ínfimos, carentes de cualquier derecho y, por supuesto, continuando con su palel de madres y esposas. No es de extrañar que cuando se observan fotografías de mujeres, en esta época, de poco más de treinta años, parezcan verdaderas ancianas. No podemos olvidar que, en este periodo, las otras víctimas, eran los hijos de esas mujeres, condenados a trabajar a edades tan tempranas como los seis años. Realmente, el Liberalismo afectó positivamente a los hombres que lograrin el Sufragio Censitario y, más tarde, el universal, quedando las mujeres excluídas de ambos sistemas durante mucho tiempo.

Fueron estas circunstancias las que propiciaron a partir de la segunda mitad del siglo XIX el nacimiento del movimiento sufragista, que reivindicaba el derecho al voto de las mujeres como paso previo al feminismo, es decir, a conseguir la plena igualdad de derechos respecto a los hombres. El movimiento sufragista arraigó con más fuerza en las mujeres urbanas de clase media que poseían un cierto grado de educación. Las obreras antepusieron sus reivindicaciones de clase a sus propios intereses como mujeres. Las campesinas por su baja formación, su dedicación íntegra al trabajo, la carencia de tiempo libre y su aislamiento, fueron las últimas y más reacias a incorporarse a los movimientos emancipadores.

Clara_Campoamor-En España no fue hasta la II República, con la Constitución de 1931 y con la firmeza de Clara Campoamor cuando se suprimió cualquier ambigüedad en la interpretación de la declaración de igualdad por sexos, clase social, riqueza, creencias e ideas. A pesar de haber entrado en la edad contemporánea, ha habido pasos hacia adelante y hacia atrás, originando la necesidad de la aparición de los movimientos feministas. 


No quisiera extenderme más. Solamente recordar que las mujeres de la generación de mi madre no podían abrir una cuenta en un banco sin el permiso de su marido, por poner un ejemplo y yo, puedo hablar por lo que me ha tocado vivir: entrevistas de trabajo (recién licenciada de la facultad, es decir, muy joven) en las que me preguntaban si entre mis planes, a corto plazo, se encontraba el matrimonio y la maternidad; ya trabajando, compartir sección con compañeros, hombres, con estudios inferiores a los mios, que cobraraban hasta un 30% más que yo; en la actualidad, resultarme más rentable quedarme en casa, trabajando desde ella por menos dinero por supuesto, porque ningún empresario quiere contratar a una mujer divorciada, con hijos a su cargo y, peor aún, si uno de ellos, sufre algún tipo de discapacidad y, la verdad, estoy cansada de ser preseleccionada en todas las entrevistas a las que acudo y, en cuanto me preguntan sobre mi situación familiar, ver al jefe de personal de turno poner cara de "póker" y no saber como salir airoso de la situación porque, eso sí, aún no me han ofrecido ningún trabajo cuyo sueldo me permitiese pagar a una persona especializada en el cuidado de personas con autismo, además de la hipoteca, la comida, el gas, la luz, la ropa...bueno, eso que las personas, en la sociedad actual solemos hacer.

Por supuesto, no quiero olvidar a todas esas mujeres que sufren de una u otra manera la violencia machista, de género...o como quiera que se llame. El día que mueran el mismo número de hombres a manos de sus mujeres, esposas, novias, amantes, ex parejas que el número de mujeres que mueren en la actualidad víctimas de la violencia de un hombre, ya sea padre, marido, ex pareja, novio...podremos empezar a pensar en eliminar el adjetivo "machista" del sustantivo "violencia".

Finalizo como empecé: ojalá llegue un día que no sea necesario celebrar ninguna jornada especial que revonozca el valor de la mujer.

 


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