Photo "Tulip". 1984, by Robert Mapplethope

Photo by Lissy Larichcia
"Me doy a mi misma buenos consejos pero rara vez los sigo"...
Lewis Carrol "Alice in Wonderland"

martes, 13 de octubre de 2015

"LUCÍA Y PABLO. AMOR PROHIBIDO". "AMORES POLIÉDRICOS 7"

                                                Enero de 1952. Burgos




Lucía tiene dieciocho años recién cumplidos y, a pesar de su corta edad, ha vivido una serie de experiencias que, ni siquiera las que son sus amigas conocen, pues ella las lleva en secreto como una pesada losa a su espalda.

Lucía es la menor de tres hermanos. Su padre había muerto, accidentalmente, por la caída de una bombas de los nacionales, en enero de 1937, casi recién iniciada la guerra civil. Ella no tiene ni un solo recuerdo de él, pues era prácticamente un bebé cuando falleció. Su madre, analfabeta, se encontró con apenas veintiséis años, viuda y con tres hijos que sacar adelante.

El mayor, Alfonso, padeció fiebres reumáticas cuando era un niño y  ello le dejó una grave lesión en el corazón. La enfermedad de su hermano complicaba aun más la situación familiar, pues necesitaba tomar una serie de medicamentos que no estaba al alcance de un economía precaria como la que se vivía entonces en casa de Lucía.

Pero su madre, Mercedes, era una mujer a la que no se le ponía ninguna barrera por delante; todo lo que hacía era por sus hijos. Pero a una mujer analfabeta en plena guerra civil y durante la posguerra solamente podía acceder a dos trabajos: limpiar en alguna casa y fregar escaleras o la prostitución. Dado que las necesidades económicas eran elevadas su madre no tuvo opción: fregaba escaleras en un edificio oficial de ocho de la mañana a tres de la tarde y, por la noche, se arreglaba para acudir a casa de una "madame", natural de Santander y cuyo nombre era Sofia. Para ella trabajaba desde las diez de la noche hasta que terminara lo empezado.

Con su hermana Mercedes, que le llevaba cinco años, apenas tuvo relación porque eran dos personas diamentralmente opuestas. Su hermana, además del nombre, había heredado de su madre el fuerte carácter, por lo que pronto dejó el colegio y se puso a servir en casa de un abogado, donde, además de limpiar, al finalizar la jornada, si la esposa del abogado no estaba...en fin, digamos que sacaba un "sobresueldo".

Lucía, como era la pequeña, se libró de trabajar y pudo acudir a un colegio público. Su madre ya la había aleccionado y sabía que algunos de los trabajos que realizaban tanto ella como su hermana debían convertirse en secretos familiares que nadie debía saber. Todas estas circunstancias convirtieron a Lucia en una niña introvertida, tímida, apocada. Pero en su contra jugaba su físico, atípico para la época. Lucía era una niña rubia, de largos tirabuzones y grandes ojos azules, lo que unido a su casi continuo silencio, hizo despertar entre sus compañeras de colegio ciertas suspicacias, producto de la envidia.

Cuando Lucía tenía dieciséis años, su madre hacía tiempo que había abandonado el mundo de la noche y se dedicaba a limpiar en casas de familias acomodadas de la ciudad. Pero ocurrió algo que trastocó a toda su familia. Alfonso, su hermano, falleció repentinamente. Aquel suceso llevó a su madre prácticamente a la locura;  estuvo durante años acudiendo diariamente a la tumba de su hijo y jamás pudo superar su pérdida.

Mercedes abandonó el hogar familiar tras quedar embarazada de un obrero de la construcción que vivía en un pueblo cercano a la capital, con quien se casó embarazada de cinco meses..

Lucía tiene ya dieciocho años y trabaja como modista de las señoritas de la ciudad. Se ha convertido en una joven, a su pesar, sumamente atractiva: delgada, con una larga melena rubia que casi siempre llevaba recogida en una coleta y unos inmensos ojos azules. Su carácter, silencioso y tímido, le hizo refugiarse en la lectura y buscar amparo en la iglesia.

Los libros se los prestaba un anciano vecino, Joaquín, que había sido maestro durante la II República, lo que le había convertido posteriormente en un represaliado del franquismo. Sin embargo, nadie sabía como lo había logrado pero había conseguido salvar durante la Guerra Civil, parte de lo que había sido una amplia biblioteca. Con el anciano Joaquín, Lucía se sentía cómoda y tranquila y podía estar escuchándole hablar de filosofía, arte o historia durante horas.

Cercano a su casa se encontraba un convento de frailes dominicos. Todos los días, a las siete de la mañana acudía a la iglesia del convento a escuchar misa y posteriormente se dirigía a su casa a coser y, si podía, a leer.

Si en su edificio vivía el anciano Joaquín, en el convento se encontraba un joven fraile dominico que muy pronto se percató de la presencia diaria de Lucía. El padre Mateo  nunca se hubiese atrevido a abordar a Lucía; su silencio, su recogimiento eran como una coraza incapaz de traspasar.

Lucía solía confesarse diariamente con el anciano fraile Rafael. Sin embargo, un día se sintió indispuesto y Lucía, al arrodillarse ante el confesionario, la voz que le contestó no era la de siempre. Era una voz joven, potente, pero no podía apreciar de quién se trataba pues la celosía del confesionario se lo impedía. Aquel día, Lucía no pudo hablar con la naturalidad con la que ya lo hacía con el anciano dominico. Con el padre Rafael se mostraba relajada pues llevaba confesándose con él prácticamente desde que había hecho la primera comunión; era la única persona que conocía todos los miedos, los sueños, los secretos, las aspiraciones de Lucía.

                             


Sin embargo, aquella joven voz la dejó indefensa; apenas musitó un par de frases y esperó la absolución.

Al día siguiente, ocurrió lo mismo y así durante casi un mes, justo lo que duró la enfermedad del anciano padre Rafael que murió, ante la sorpresa y tristeza de Lucía que no pudo despedirse de él. Desde aquel día, el padre Mateo se convirtió en su confesor diario.

A Lucía le costó mucho romper la barrera que que hacía ya demasiado tiempo, había conseguido romper con el padre Rafael. Sin embargo, el carácter cercano, abierto y amable de Mateo hizo que Lucía pronto empezase a sentirse cómoda.

Una mañana, como todas los días, Lucía hizo el corto camino que separaba su casa de la iglesia pero, al cruzar una esquina, se dio de bruces con el padre Mateo que venía de dar la extremaunción a una anciana y se vieron obligados a realizar juntos el corto camino hasta el convento.

Lucía no había tenido aún la oportunidad de fijarse detalladamente en el padre Mateo. Ese día pudo apreciar que, además de joven era sumamente atractivo y se notaba que, bajo el hábito, se escondía un hombre delgado, pero de estructura fuerte. Rápidamente se dio cuenta de que se estaba fijando en los atributos físicos de un padre dominico, algo que Lucía, que seguía los dogmas de la iglesia católica a rajatabla, convirtió rápidamente en un pecado mortal que... hubo de confesar al propio padre Mateo quien, en el fondo, se sintió halagado, pues él también se había percatado de la belleza de Lucía, aunque él lo silenció.

Sin embargo, a partid de aquel día empezaron a hablar fuera del entorno del confesionario. Se hacían los encontradizos por las mañanas en la calle para así poder hacer juntos el camino a la iglesia, hasta que, sin darse cuenta, ambos se habían enamorado intensamente algo que hizo añicos todos los esquemas de fe de Lucía y, no digamos, de Mateo.

Al principio lucharon con todas sus fuerzas contra aquel amor. Mateo solicitó acudir seis meses de misionero a Perú y Lucía decidió acudir a una iglesia algo más alejada de su domicilio. Pero aquellos seis meses de separación lo único que lograron fue acrecentar lo que sentía el uno por el otro.

Empezaron a escribirse y aquellas cartas eran verdaderas declaraciones de pasión, deseo y amor.

A Lucía se le había resquebrajado aquello en lo que había encontrado cobijo, sin embargo, encontró el amor, pero un amor prohibido, pecaminoso, un amor que les llevaría directamente al infierno.

Mateo luchaba igual que Lucía por poner fin a los sentimientos que le atormentaban, pero por más que lo intentaba, no lo conseguía. Por las noches, en su celda, recordando su voto de castidad, se ponía un doloroso cilicio ceñido a su cuerpo, único medio que conocía para mortificarse, buscando así alejarse de las tentaciones que la imagen de Lucía le provocaban. Necesitaba mortificarse para así no olvidar sus votos y encontrar una identificación con Jesucristo a través del dolor.

De nada sirvió.

Había pasado un mes del regreso de Mateo a Burgos, mes en el que había intentado por todos los medios evitar a Lucía, al igual que ella había hecho. Pero el destino es tenaz y, una vez más, se encontraron cara a cara en la calle. Era de noche. Lucía venía de casa de una señorita de buena familia a la que había ido a probarle el vestido de su puesta de largo; Mateo venía de dar la comunión a un enfermo.

La oscuridad les sorprendió y fue como si de pronto, dos fuerzas de la naturaleza se dejasen llevar. Comenzaron a besarse como nunca habían besado; no les importaba estar en plena calle, les amparaba la noche y se dieron cuenta de que eran felices. Estaban rompiendo con todo aquello en lo que había creído hasta entonces, pero una vez que probaron el sabor de un beso, no pudieron, ni quisieron, olvidar. Pasaron las horas y siguieron besándose hasta que la llegada del amanecer les hizo reaccionar.

Ese mismo día, esperaron nuevamente la llegada de la noche. No tuvieron que decirse nada, pues ya lo sabían todo. Lucía llenó su maleta con lo imprescindible y Mateo, tras colgar los hábitos tras la puerta de su celda, introdujo en un pequeño macuto sus escasas pertenencias.

Se encontraron en la estación de tren de la ciudad y ambos se subieron al primero que llegó, desconociendo su destino. Ambos sabían que fueran donde fueren encontrarían lo que siempre habían buscado y nunca habían encontrado porque todas sus ataduras religiosas se lo habían impedido. Encontraron la felicidad.

                                  




Veinte años después, instalados en Madrid, padres de tres hijo, aun rememoran aquel viaje al que siguieron un sinfín de obstáculos y  dificulatades que ambos superaron por amor. Sus hijos desconocen que su padre, un día fue un fraile dominico y su madre, una joven de misa y confesión diaria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

"YA NO" (M. A. M.)

Y ahí estás, frente a mí, expectante. Y aquí estoy, frente a ti, atiborrada de experiencias que me impiden avanzar. Debería dejarme llevar, ...