me pregunto
qué
sentido tiene
continuar un camino
cuyo final ya conozco.
Además,
ya he comprobado
el alto peaje
que
he tenido que pagar
por
esos escasos momentos
de felicidad
que he podido disfrutar.
Por dibujar
una sonrisa en mi cara
sin causa justificada.
Por contemplar
un cielo estrellado
una noche despejada de verano.
Por iniciar
un paso a dos
en un baile improvisado.
Me han salido muy caros
los besos,
las caricias,
los deseos,
los amores.
Me gustaría saber
quién
es el cobrador
de la felicidad
para reprocharle
que
haya desvelado
el cruel secreto
de mi desenlace.
Si lo desconociese
mi vida,
tal vez hubiese sido
más
cándida, ingenua, infantil
o, al contrario,
quizá me hubiera decantado
por los límites, los bordes, los abismos.
Solo sé
que el señor feudal
que ha cobrado
por mis escasos segundos
de felicidad,
a cambio me ha entregado,
penas,
lágrimas,
lamentos y penurias,
además de castigarme
dándome a conocer
que el trayecto
se corta bruscamente,
sin posibilidad
de continuar.
Si nos paramos a pensar
la vida es como esa película
que vas a ver al cine
tras haber leído,
previamente,
el libro en el que se basa
y
a nadie le gusta
que le desvelen
el final.
Photo by Nathan Wirth
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