en serio,
lo intenté
una y otra vez
pero
es muy difícil
cubrir mi cuerpo
con un vestido de llanto.
Quise coser las lágrimas,
una a una,
con cuidado,
con mimo
tal y como me enseñaron
aquellos
que me aconsejaron
que debía obedecer.
Sin embargo,
en cuanto la aguja
rozaba, levemente,
alguna de esas
gotas de agua salada,
la tela
se deformaba
y
era muy complicado
seguir las pautas
marcadas
por el patrón
que,
previamente,
había dibujado.
Comencé a sudar,
desesperada,
y
ya no pude distinguir
el líquido que provenía de mi piel
de aquel
que me habías provocado tú.
Y así estoy,
desnuda
y
desolada,
tumbada en una cama
que flota
en una habitación
inundada
de lágrimas
y
de miles de pequeñas perlas
de sudor.
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