tictac del reloj
sobre la pared.
Me desespera.
Es como visualizar,
acústicamente,
el paso
del tiempo.
Porque no para,
porque no cesa.
Uno de mis deseos,
desde niña,
ha sido tener el poder
de parar
el transcurrir
de los minutos,
de las horas,
de los días,
de los años.
Recuerdo
tener un helado
entre mis manos
y
ser incapaz de disfrutar
de su sabor
sabiendo que,
tarde o temprano,
llegaría su fin,
el fin.
Porque,
no nos engañemos,
todos estamos abocados
a terminar,
siempre estamos terminando,
siempre.
Y hay cosas
que
desearía
que no tuvieran desenlace,
término,
conclusión.
término,
conclusión.
Un amor correspondido,
el placer compartido,
la sonrisa de tu hijo,
la lectura de un libro
la capacidad de escribir.
Son terribles esos atardeceres
que
tiñen de naranja el cielo en verano
y
eres consciente de su escasa duración.
Siempre he vivido
con el miedo
a que todo se acaba,
sobre todo
lo bueno
porque lo malo
tiene la asquerosa manía
de dilatarse en el tiempo,
de expandirse,
haciéndose eterno.
Esta noche
debo recordar
quitar
la pila
al maldito reloj de la pared
que,
con cada tictac,
me está diciendo
que el tiempo se acaba.
Porque,
no nos engañemos,
el tiempo no cura nada,
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