La mañana siguiente a la noche,
en la que dos amantes
se acostaron enojados,
sin pronunciar una palabra,
intentando
no rozarse en la cama,
sin tan si quisiera
un beso de despedida,
se convierte
en invitada
que
no sabe que hacer,
desubicada
durante un desayuno en silencio,
cada uno
enfrascado en sus respectivas lecturas
para no ser el primero
en dar el paso a la reconciliación.
La mañana se muestra incómoda
y
desearía tornarse en noche,
pues no le gusta ser
la convidada de piedra
en un café sin palabras.
Además,
no cree tener la suficiente entereza,
ni se siente capaz de soportar
esa sucesión
de momentos tensos,
de movimientos silenciosos,
de pasos quebrados,
de manos escondidas.
de momentos tensos,
de movimientos silenciosos,
de pasos quebrados,
de manos escondidas.
Para eso está la tarde.
Tras la comida,
si es compartida,
puede aparecer una somnolencia conjunta
acompañada, tal vez,
de unas ligeras palabras
que
rompan el hielo y así,
con la llegada de la nueva luna
es posible
que
los amantes se acuesten juntos,
que la proximidad
propicie
las caricias, los besos, los abrazos
y lograr
al despertar,
haber tenido el tiempo suficiente
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