destruye cualquier frontera,
sin necesidad de alianzas
entre tu cuerpo
y
y
mi cuerpo.
Se adelantan los susurros
con su dulce recorrido,
cálidos en nuestro cuello
que,
que,
con suavidad delatan,
el objeto de deseo.
Avanzan nuestras caricias,
con los dedos como soldados
y
y
las manos, batallones,
acampados en tu espalda,
escondidos en mis piernas.
Se asienta el poder del placer
que,
al unísono gozamos,
al unísono gozamos,
precedido de gemidos,
culminado en estallido
de
de
mutuo gozo compartido.
Se expande el imperio del amor,
en el que no caben,
ni mentiras, ni desaires
y
y
en el que nadie gobierna
salvo nuestros besos victoriosos.
La hegemonía del beso
La hegemonía del beso
destruye cualquier frontera,
sin necesidad de alianzas
entre tu cuerpo y
mi cuerpo.
Se adelantan los susurros
con su dulce recorrido,
cálidos en nuestro cuello que,
con suavidad delatan,
el objeto de deseo.
Avanzan nuestras caricias,
con los dedos como soldados y
las manos, batallones,
acampados en tu espalda,
escondidos en mis piernas.
Se asienta el poder del placer
que, al unísono gozamos,
precedido de gemidos,
culminado en estallido de
mutuo gozo compartido.
Se expande el imperio del amor,
en el que no caben,
ni mentiras, ni desaires y
en el que nadie gobierna
salvo nuestros besos victoriosos.
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