cuando respiro.
El peso
de tu recuerdo
cae a plomo
sobre mis pechos,
aplastándoles,
aplastándome
y
aunque lo intente,
aunque le empuje
tu recuerdo
gana peso
con el tiempo.
Y no quiero.
Y me niego.
Porque
me duele
cuando miro.
La sombra
de nuestro pasado
se apoya sobre mis sienes,
extendiendo su fuerza
hacia las cuencas
de mis ojos.
Y reniego.
Y me rebelo.
Porque me duele
cuando hablo.
La estela
de tus besos,
dados a desgana,
ha conquistado mi lengua,
ha secuestrado mi boca.
Y
me duele la piel
invadida
por un batallón de caricias
abandonadas y perdidas.
y
me duele el cuerpo,
entero,
tras ser ocupado por los ecos
de tus gemidos,
por los golpes abruptos de tu sexo
contra el mío.
Y abjuro.
Y repudio.
Si pude escapar de ti,
debo lograr huir de tu recuerdo.
Hoy, cuando ha llegado,
no le he esperado sumisa.
He levantado un muro de espinos
que tu recuerdo,
cobarde como tú, su dueño,
no ha tenido el coraje
de saltar.
Ojalá lo hubiese sabido
desde un principio.
Todo hubiese sido
más sencillo
y
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