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jueves, 23 de junio de 2016

" IGNACIO Y ANDREA. AMOR EN LA RED". RELATO BREVE (M.A.M.)



                                                       Madrid, 2012

    Ignacio es un hombre solitario, culto, inteligente pero escasamente atractivo. Podría decirse que físicamente resultaba francamente desagradable.

Además del exceso de peso, que le había otorgado una prominente barriga y unas gruesas extremidades, la sudoración era constante. Era obeso y húmedo, flácido y lánguido. A pesar de no ser mayor, pues acababa de cumplir treinta años, su galopante alopecia había provocado una desagradable calvicie que si unimos a una atiplado timbre de voz y a un rostro barbilampiño, cuajado de grasientos granos que se extendían también a lo largo y ancho de su gruesa espalda, configuraba un conjunto en absoluto deseable para cualquier persona ya fuese hombre o mujer.

Ignacio sufre “agorafobia”, es decir, miedo a las multitudes y a lugares abiertos, razón por la que lleva diez años sin salir a la calle ya que le aterra perder el control de sus actos y ser invadido por el pánico.
Gracias a sus conocimientos informáticos, pronto encontró trabajo a través de internet convirtiéndose en el “negro” de un afamado escritor que le pagaba muy bien porque, si algo era innegable era la gran capacidad que tenía Ignacio para la escritura, poseía ese don y aprendió a vivir de él ya que su miedo al fracaso, el pánico a enfrentarse a un editor, su baja autoestima le convertía en la persona idónea para este tipo de trabajo. Hacía ya siete años que había firmado un contrato blindado con el famoso escritor para el que escribía todo lo que aquel le pedía, desde novelas a guiones de cine, desde artículos de prensa o criticas de teatro; incluso creó un falso blog que pronto obtuvo un elevadísimo número de seguidores. A cambio recibía elevadas cantidades de dinero a cambio de su trabajo y su silencio.

Pero en internet también descubrió algo que le abrió las puertas a lo que sería su vida paralela a la dura realidad. En la red podía ser quién él quisiera. Creaba una personalidad según el foro o chat en el que participaba; pasaba de ser un afamado amante de las plantas, en un foro de jardineros, a un eminente pediatra en el lugar de encuentro de padres primerizos. Cuando chateaba incluso jugaba a cambiar de sexo, haciéndose pasar por una mujer desesperada en busca de un viudo con el que pasar el resto de su vida o convirtiéndose en una dulce jovencita, tímida y vergonzosa..

A Ignacio, internet le solucionaba todos los problemas que se le podían presentar. Realizaba la compra mensual; disponía de banca on-line; todos sus recibos los tenía informatizados; los libros que deseaba leer, la música que quería escuchar o las películas que le apetecía ver las bajaba de la red a su escritorio.

Es más, aunque sexualmente era escasamente activo, si en alguna ocasión le apetecía disfrutar , entraba en uno de los muchos portales dedicados a ese fin y podía llegar al verdadero éxtasis viendo, por ejemplo, como se masturbaba la prostituta de turno, a través de una webcam.

Durante su infancia, había recibido una estricta educación católica pero también había encontrado la solución para cumplir con sus devotas creencias gracias a una parroquia que “colgaba” en internet las misas dominicales.





                               






En una ocasión y sin saber que aquello iba a cambiarle la vida, entró en una de las muchas redes sociales destinadas a usuarios mayoritariamente adolescentes y tras registrarse, por supuesto, con una personalidad ficticia y una foto en su “avatar” que nada tenía que ver con la realidad, contactó con una joven de quince años llamada Andrea. En su perfil, se describía como una joven coqueta, apasionada de la moda, la música y el cine. Decía que cursaba 4º de la ESO en un colegio de monjas de su ciudad, Cuenca, que definía como la ciudad más mortalmente aburrida del mundo. Sus notas no eran nada buenas; es más, comentaba que lo más probable es que repitiese curso, pero eso era algo que no le importaba porque tenía muy claro que al cumplir dieciocho años se marcharía de casa de sus padres para ir a vivir a Madrid, donde soñaba con convertirse en una estrella de televisión.

Su participación en el chat era casi constante porque sus padres, dos afamados abogados, pasaban prácticamente todo el día fuera de casa, un gran chalet a las afueras de “Fanny Cuenca”, como definía a su ciudad.
Las fotos que había colgado en su perfil dejaban ver a una jovencita de larga melena morena, grandes ojos verdes, alta, delgada.

Lo cierto es que “la niña tiene tipazo”, pensó Ignacio; además indicaba que no tenía novio porque acaba de cortar con Sergio, un compañero de clase, al que habían expulsado del colegio por mal comportamiento.

Fue entonces cuando hizo entrada en la página de Andrea, Ignacio, bajo el nombre de Carlos. Configuró su perfil muy semejante al de Andrea. Creó a un joven de diecisiete años que cursaba 2º de bachillerato en un colegio de la también “terriblemente aburrida” Ávila. Sus padres no eran afamados abogados, sino prestigiosos médicos de cirugía plástica que se pasaban prácticamente toda la semana en Madrid, acudiendo a Ávila únicamente los fines de semana. Sus gustos musicales, literarios, cinematográficos los configuró prácticamente iguales a los gustos de Andrea y únicamente puso como punto de disensión que él esperaba cumplir los dieciocho años para alistarse en el Ejército pues quería entrar en el cuerpo especial de paracaidistas, aunque sus padres ya habían planificado para él su vida según sus  deseos: estudiaría medicina para especializarse en cirugía plástica y llegado el momento, heredaría la afamada clínica que sus padres poseían en Madrid.

Carlos, es decir, Ignacio, colgó en su perfil fotos que había capturado de un portal social cuya sede se encontraba en Estados Unidos, apropiándose del físico de un guapo californiano, rubio, alto y atlético que nunca había tenido una novia “oficial” porque “las necesidades masculinas ya sabes como son, ¿verdad, Andrea?.

Pronto se hicieron inseparables en la red, claro está. Incluso Ignacio recibió, por primera vez en su dilatada carrera como “negro” de un escritor, una gran bronca de éste porque se estaba retrasando en la entrega de los encargos. Pero Ignacio estaba encantado con Carlos.

Nunca hasta entonces había tenido una verdadera amiga y si eso estaba sucediendo era gracias a su recién inventada personalidad. Al menos, a los ojos de Andrea, Ignacio no era el gordo, seboso, húmedo calvo que veía reflejado cada día en el espejo. Había pasado a ser un joven sumamente atractivo, demasiado atractivo.
                                                                                                                
El principio del fin se inició un día en el que Andrea le confesó que creía estar verdaderamente enamorada de él, de Carlos, y que le gustaría conocerle personalmente. Ignacio que no había conocido lo que era la felicidad hasta ahora, veía como su vida paralela peligraba por el estúpido capricho de una quinceañera.

Carlos, es decir, Ignacio, empezó a darle largas pero Andrea insistía día a día. Ignacio empezó a sufrir un enfermizo agobio motivado por su agorafobia; su trabajo peligraba porque cada vez incumplía con más asiduidad los encargos de su jefe, el escritor, pero no tenía la valentía, el coraje suficiente para quitarse la careta ante Andrea y mostrarse tal y como era en realidad aunque durante un año siguieron manteniendo esta relación a través de la red.

Ocho meses después de iniciar esta farsa, su jefe ya le había despedido porque su trabajo como “negro” para él debido a sus continuos retrasos e incumplimientos de plazo. Este trabajo era su única fuente de ingresos; gracias a no haber salido desde hace años de casa, tenía algunos ahorros, pero estos pronto empezaron a escasear.

La caprichosa Andrea pronto se cansó de las largas de Carlos y puso fin a su relación en la red.

Ignacio, destrozado, despedido e incapaz de salir al exterior, intentó seguir viviendo a través de Internet, pero encontrar un trabajo que pudiese realizar desde su casa no resultó nada fácil. Pasó un mes, otro mes…y otro mes y ya le habían prohibido la entrada en todas las tiendas on-line en las que habitualmente compraba su comida, su bebida.

Un día, victima de la desesperación, se acercó a la puerta de su casa con la intención de vencer todas sus fobias y poder traspasar el umbral, pero no pudo.
Un tiempo más tarde, los vecinos de aquel desconocido vecino alertaron a la policía del terrible hedor que salía de su piso. Cuando abrieron la puerta se encontraron el cuerpo de Ignacio, junto a la puerta del vestíbulo, tirado a sus pies, con la mano estirada como un último intento de abrirla.

En su correo, un sinfín de correos de Andrea, arrepintiéndose de haber roto con él y en los que pedía a Carlos que por favor le contestara, pues estaba desesperada; pero Carlos, es decir, Ignacio, ya no estaba en condiciones de entrar en aquel portal social destinado a jóvenes adolescentes y contestar a la caprichosa Andrea.


                                                                                  

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