me dice el espejo,
en el que cada día me reflejo.
El cansancio se apodera,
de mis brazos y mis manos
de mi caminar pausado.
Me visto de desencanto,
me abriga la melancolía y
las lagrimas anidan en mi mirar opaco.
La angustia reside en mi garganta,
se hace fuerte en mi pecho,
y no se doblega ante nada.
Mi cuerpo me pesa
como si cargase sobre mis hombros
la melancolía de toda una generación.
Hay días que ya no puedo.
Quisiera permanecer dormida,
acurrucada en mi cama, durmiendo, para no pensar.
No recuerdo el placer de la alegría,
de una risa compartida,
de un día sin preocupación.
¿Mi futuro?, la soledad.
Nadie quiere a su lado amargura,
desolación, tristeza.
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