que me duele el corazón y el alma.
Que no puedo respirar, que me atraganto
y me ahogo porque tengo todas mis lágrimas residiendo en mi garganta y
circulando, junto a mi sangre, libremente por mi cuerpo.
Estoy cansada de que duden de mis palabras.
Cuando digo que quisiera dormir perpetuamente
con el único fin de no pensar,
cuando grito que aspiro a desaparecer, a no estar,
son deseos reales, no son sueños, ni quimeras.
Mi estómago está habitado
por una jauría de perros asilvestrados y
en mi cabeza ya no hay cabida para sueños o fantasías.
Mi mente está habitada por monstruos nacidos, tal vez,
sin contar con mi voluntad, de mi propio subconsciente.
A veces me miro como una espectadora de mí misma y
asumo que me asusto.
Me descubro expresando deseos que no siento,
ideas en las que no creo o
proyectándo planes con personas a las que sé que no importo nada.
Ha llegado un momento en el que me siento
timada por mi propia vida,
engañada por falsas expectativas,
desencantada de muchos que pensaba me querían y
lo único que ofrecen son sus gritos de amenaza, sus exabruptos de " ya basta".
El único sueño que me mantiene cuerda es
la posibilidad de recuperar las riendas de mi vida.
Volver a ser mi dueña, mi señora, mi más devota defensora.
Regresar al feudo de mis propias decisiones para solo rendir cuentas
a mí misma, cuando serena, vuelva a mirarme en el espejo y, al fin, me reconozca.
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