Está perdida, aturdida, asustada.
No sabe qué ha pasado.
Escuchó un terrible ruido y, después,
llantos desesperados.
Lleva las manos a su vientre abultado.
Tan solo quedan dos semanas.
Recuerda la felicidad de hace unos meses,
cuando supo que esperaba un hijo.
Al conocer la noticia Amir, su esposo,
iluminó su rostro con una agradecida sonrisa
y, unos ojos que decían susurrando,
"Sara, nuestra vida en la tierra ya tiene sentido".
Mira a su rededor y sólo encuentra escombros,
cristales hechos añicos, miembros amputados,
mujeres aterrorizadas, hombres desesperados
y niños que parecen buscar su sombra, solamente por encontrar algo.
Sobresaltada, escucha una voz calmada
que le dice dulcemente, "no temas nada, estoy aquí para ayudarte".
Sara no ve nada, el denso polvo lo impide cuando,
en un recodo limpio del camino, reconoce el rostro de su esposo amado.
Juntos, cogidos de la mano, sortean cadáveres
coches carbonizados, casas sin alma y niños de grandes ojos, solos, perdidos.
Logran alcanzar un refugio, escondido, muy profundo.
Esa misma noche, Sara conoce a su hijo, ese gracias al cual, su vida ya tiene sentido.
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