Sus cálidas manos
que durante tanto tiempo me guíaron.
Su mirada, verde esperanza
verde cobijo, verde templanza.
Sus abrazos infinitos
aquellos que me protegían y resguardaban.
Sus suaves cosquillas en mi cabello.
¡cómo le gustaba deshacer mi moño de bailarina!
Su caminar seguro y sereno
aquel que confiadamente yo seguía.
Sus palabras siempre de apoyo, siempre de aliento.
Jamás de desdén, jamás de reproche.
Su pelo rizado, moreno.
Sus largas pestañas, sus pobladas cejas.
Su presencia, esa que me guardaba.
Su respirar, ese que me alentaba.
Su risa, estruendosa y chispeante
alegre y contagiosa.
Su sensibilidad y melancolía
le impedían ver antiguas fotografías.
Su arte, su vida bohemia,
sus amigos, siempre fieles, siempre leales.
Su pasión, mi madre.
Sus besos y sus caricias, sin reproches, sin desdichas.
Su amor, sus hijas.
Marta y yo, sus pilares y su guía.
Su deseo, cumplido.
Anhelaba una niña que se llamase María
Su violín fue mi nana,
la banda sonora de mi infancia, la banda sonora de mi vida.
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