Nada presagiaba el encuentro pero,
tu mirada serena me cautivó,
tu voz, grave y cálida, me enamoró y
tu conversación me apasionó.
Sin esperarlo, ni planificarlo
nos convertimos en amantes apasionados.
Recuerdo nuestros encuentros,
siempre iniciados con caricias y con besos,
siempre finalizados felizmente agotados.
Nuestros cuerpos se acoplaban de tal manera que,
parecían haber nacido para ello.
Éramos las dos piezas de una única figura de puzzle.
Nuestras bocas, nuestros besos,
siempre unidas, siempre nuestros.
Durante los descansos, entre beso y beso,
conversábamos durante horas.
Podíamos hablar de literatura y ensayo,
de cine y fotografía,
de sexo y amor mundano.
Sabías caminar con tus dedos sobre mi vientre,
suspirar en mi nuca y en mi cuello,
juguetear, distraído, con mi cabello,
saborear cada nuevo beso y
eclosionar de placer tras cada encuentro.
Entonces, no entiendo.
¿Qué ocurrió para que, de pronto, todo se desmoronase?.
Éramos los mismos pero,
comenzaste a mostrarte distante y, nacieron
tus "basta", tus "ya no quiero".
Sé que soy excesiva y, quizás, te amé demasiado,
cuando lo que tú necesitabas era un amor más calmo.
Soy visceral y apasionada,
nerviosa y atolondrada.
Tal vez, ¿te saturó mi presencia, te enervó mi vehemencia?.
Un día cesaron tus llamadas y se implantó el silencio.
Un silencio tortuoso, infranqueable, doloroso.
Desapareciste de mi vida, como llegaste, inesperadamente.
Yo me quedé perdida, huérfana de pasión, hambrienta de tus besos.
Fallecí de inanición de amor, mientras escuchaba "Las Walquirias" de Wagner.
No hay comentarios:
Publicar un comentario