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"Me doy a mi misma buenos consejos pero rara vez los sigo"...
Lewis Carrol "Alice in Wonderland"

miércoles, 14 de octubre de 2015

"LA JOVEN DE OJOS DESMESURADAMENTE GRANDES" (M.A.M.)

Otra vez me he cruzado con ella. Es menuda, delgada, frágil y demasiado joven para llevar sobre su espalda tanta tristeza. Siempre la he visto vestida de igual manera. Lleva unos vaqueros, sumamente desgastados, que permiten apreciar la delgadez de sus piernas; un raído jersey color rojo y una gabardina gris marengo que parece tomada del armario de una niña. Sus pies siempre están cubiertos por unas botas que, algún día, debieron ser marrones. 

Lleva su pelo, profundamente negro, muy corto, aparentemente cortado con una de esas maquinillas que algunos hombres utilizan para rasurarse la cabeza. Y su rostro...unos ojos desmesuradamente grandes para una cara tan pequeña hacen que se asemeje a uno de los retratos de la pintora Margaret Keane. 




Siempre está sentada en el suelo, junto a una manta de cuadros y, entre sus manos, un bolígrafo y una gruesa libreta en cuyas hojas dibuja, constantemente, círculos y espirales...círculos y espirales. A sus pies, una pequeña caja de madera con algunas monedas, supongo que entregadas por algún transeúnte al que, tal vez, le han llamado la atención sus dibujos o se ha sentido conmovido por la fragilidad de su figura. Yo soy una de esas personas que no pueden evitar depositar, con sumo cuidado, una moneda en su caja. No deseo que parezca una limosna, aunque en realidad lo es. 

Hace más de una semana que no la veo y me siento inquieta ante su ausencia. Es extraño, desconozco todo sobre ella. No sé su nombre, ni su edad; si tiene familia o amigos y, lo que más me preocupa, no sé si tiene un sitio en el que guarecerse cuando llega la noche. 

Hoy el periódico publica, en la sección de sucesos, el hallazgo del cuerpo de vida de una joven, flotando en el río que transcurre cercano a mi casa. Aunque en un principio se desconocía quién podía serecer, era su padre. El cuerpo pertenecía a la joven de ojos desmesuradamente grandes.

Pronto salieron a relucir retazos de su vida. Había sido la única hija de una familia acomodada. Pronto, su inestabili la fallecida, la descripción dada por el diario, permitió ser reconocida por el que, al pardad emocional, su fragilidad psíquica, la llevó de hospital en hospital privado, estancias que religiosamente pagaban sus padres.

En una de las clínicas en las que estuvo ingresada conoció a un hombre, mucho mayor que ella. Era el enfermero que se ocupaba de suministrirarle la medicación que, por el día, le ayudaba a mantenerse despierta, pero tranquila hasta el punto de no poder levantarse de la silla en la que la sentaban y, por la noche, le permitía dormir profundamente...tan profundamente que jamás se percató de la presencia de aquel hombre que, diariamente, entraba en su habitación, se introducía en su cama y abusaba de ella sexualmente.

Parece ser que, en uno de los rutinarios exámenes médicos a los que era sometida, se percataron de su estado...estaba incomprensiblemente embarazada. En alguno de sus escasos momentos de lucidez, fue consciente de lo que le sucedía y se aferró a ese ser que crecía en su interior con una fuerza que había desconocido hasta entones. Pero sus padres ya habían firmado su incapacidad mental por lo que el niño, al nacer, sería entregado en adopción.

Una noche, antes de que llegase el hombre que le daba su medicación, el padre de su hijo, logró escapar. Era invierno, nevaba y no tenía donde ir. Encontró una antigua fábrica abandonada, junto a un río, y allí, sola, sin ayuda, dio a luz a un niño tan pequeño, tan débil y frágil, que permaneció vivo entre sus brazos a penas unos minutos. No le enterró. Lo envolvió en unos nauseabundos trapos y lo introdujo en una pequeña caja que depositó en un rincón de la sala que había habilitado como su habitación.

Pasaron los meses y se convirtió para mí en aquella joven desconocida que pintaba sin cesar círculos y espirales en un cuaderno que parecía no tener fin. Pero si lo tenía. El día que se percató de que ya no quedaban más hojas en blanco decidió que ya no tenía sentido seguir viva.
Al menos esa fue la explicación que ofrecieron los periódicos. Ah...se llamaba Claudia y acababa de cumplir 17 años.

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